Mientras arrastraba mi patita bandola, empecé a ver a quienes iban a la misma velocidad que yo, es decir, a los viejitos. Alrededor de la CitéU que fue mi casa esas semanas, había muchos viejitos con la vida económicamente resuelta, pero con otras necesidades. Estaban solos, algunos enfermos, con problemas de movilidad... y yo, que he pasado mucho tiempo sola y he sido muy feliz sola, empecé a preguntarme si quería llegar sola a esa edad. Tuve que venir hasta acá para descubrir un miedo a la soledad que no sabía que tenía.
No sé si fue por todo lo que aprendí, por la gente linda que conocí o porque esta ciudad -a su modo- es adorable, pero se convirtió en mi casa. Ha pasado poco más de un año y medio y, al planear un viaje ñoñísimo a Viena y Leicester, sentí la necesidad de estar aquí, como si se tratara de volver a casa. Paris sera toujours Paris...
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