Dos noches sin dormir. 23 horas continuas en una vez. 30 horas continuas en la otra. Y no morí en el intento.
El reputísimo cable de la lap (primera vez que este bonito blog alberga la palabra "reputísimo", pero de veras me alteré) tuvo a bien atrofiarse en domingo por la mañana, con un avance de tesis, un artículo y un ensayo por terminar y enviar.
Ricardo se convirtió en alarma: "señorita, faltan 16 horas para la entrega del trabajo". Mil gracias, Ricardo.
La hora crítica de sueño, fue de la 1 a las 2 de la mañana. Después, como si nada.
La hora crítica de frío, fue de las 6 a las 7 de la mañana, me entumecí como pocas veces.
La primera vez que intenté ir a dormir (tras la jornada de 30 horas), llegaron cinco mensajes, cuatro llamadas y llegó mi mamá para comer. Se pospuso la siesta.
La segunda vez que intenté ir a dormir, Justina decidió sentarse a maullar al lado de mi cama... y después tuvo a bien rasguñar la ventana (con lo que me altera el ruido de uñas sobre vidrio)... y finalmente le dio por escalar el edredón. Cuando Justina se calmó, más mensajes. Y me daba flojera levantarme a buscar el celular. En algún momento dejé de oírlo. Cuando desperté, cuatro horas después, 14 mensajes y tres llamadas perdidas.
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