viernes, diciembre 31, 2021

Dosmilveintiuno

Regreso a este blog en el último día del 2021, otro año pandémico, otro año complicado hasta cierto punto, aunque también fue un año de crecimiento para mí.

El never-ending-home-office abarcó todo el año, con visitas ocasionales a la universidad. En octubre, el semáforo verde nos llevó de regreso al trabajo presencial. Si bien las materias que doy se mantuvieron en línea, volví a estar diariamente en la oficina y eso me permitió volver a establecer límites entre el trabajo y la casa. 

Las vacunas cambiaron muchas cosas. Dejé de sentirme un arma virológica cada vez que entraba en casa de mi mamá, pude volver a abrazarla. Volví a ver algunas amistades en vivo y dramático color. Volví a friendzonear gente (#sorrynotsorry). 

Regresé al cine un par de veces: la primera fue una función al aire libre en un ciclo de cine alemán, la segunda fue para ver Black Widow. Seguí viendo películas (unas más bobas que otras) y series (hartas hartísimas series) en Netflix y HBO Max. 

Lloré como estúpida con Blue Jay, porque la vida está llena de memorias y preguntas que alguna vez se quedaron sin responder. Volví a ver Gone with the Wind (más de 27 años después) y las sagas completas de Lord of the Rings y Harry Potter (no recordaba que este año es el 20 aniversario de ambas, pero que sirva como homenaje). Hace unos días vi Don't Look Up y no supe si reír o entrar en pánico.

Vi las tres temporadas de Borgen y espero la cuarta, por supuesto. También vi The Bold Type, que me pareció como Sex and the City para millenials... y me gustó. Me encantó Dix pour cent (con ese extraño humor francés) y, ya en modo frenchie, también Plan Cœur (cursi, cursi, pero entretenida). Sobra decir que me fascinó Sherlock, vi las cuatro temporadas cuando todavía estaban en Netflix. No podía faltar The Chair, que la vida académica es suficientemente dramática para llegar a la pantalla. En el último tramo del año, Guía Astrológica para Corazones Rotos me sacó de la fase oscura en la que andaba, entre Game of Thrones (volví a ver las ocho temporadas... en realidad, nunca la había visto completa) y Grey's Anatomy (que la temporada 17 me llevó a la lona 80 millones de veces). También vi los episodios de Blade Runner: Black Lotus que están disponibles hasta el momento, sobra decir que me agrada bastante.

Leí pocos libros, pero interesantes. Empecé el año con Viajes por el scriptorium de Paul Auster y La chica de la Leica de Helena Janeczek, lo cierro con un libro de poesía completa de Federico García Lorca y el Homenaje a Cataluña de George Orwell.

Según Spotify, la canción que más escuché es "Mais je t'aime" de Grand Corps Malade y Camille Lellouche. 



"Keep breathing" de Ingrid Michaelson volvió a estar en la lista de lo que más escuché, seguro que es por el modo pandemia. También apareció "Thank you" de Alanis Morissette, del año de la canica. Otras dos canciones clave de este año fueron "Antes que el mundo se acabe" de Residente y "Aves enjauladas" de Rozalén.

No he vuelto a viajar, pero las memorias de viajes pasados encontraron el modo de asomarse, como el día que encontré un audio de 12 horas random de un viaje que hice a Buenos Aires en 2017. El audio se grabó por accidente y me llevó cuatro años descubrir que estaba ahí. 

2021 fue también el año de la cuasi-resurrección de mi gata, gracias a un tratamiento con células madre cuando ya se había perdido toda esperanza. Mi perro también tuvo una cirugía, pero menor, quizás odió más su cono de la vergüenza que la intervención en sí misma. Mi perra siguió genial, como siempre.

Por lo demás, asumí una responsabilidad gigantesca, cumplí 40 hace unos días y a partir de enero estaré en un nuevo hogar. No puedo pedir más. ¡Salud por el 2021!

miércoles, agosto 11, 2021

Ya no vengas

Hubo un tiempo en que esta era tu canción... pero ya no.




domingo, enero 03, 2021

Dosmilveinte

Se acaba el 2020 y puedo decir, como la canción de Ingrid Michaelson, que “all that I know is I’m breathing”. En el recuento de hace un año dije que había vivido un año Exatlón, porque sentí que había muchas experiencias —algunas muy duras, btw— a gran velocidad. Diría que este año fue lo contrario, pero también fue intenso, así que ya no sé, jaja.

Es un lugar común decir que 2020 fue un año difícil para el mundo, con la pandemia sin control y el confinamiento y las desigualdades y enemil cosas que estaban ahí latentes para explotar en el momento menos esperado. Sin embargo, en lo personal, fue un año de crecimiento… a trancazos, quizá, pero crecimiento.

El año inició con cambios bobos, pero interesantes, cambié de corte de pelo —de color no, por supuesto, que el rojo no está a discusión— y de perfume. También dejé de comer alrededor de la universidad y me hice el propósito de ir diario a comer a casa. Esto fue acompañado por el esfuerzo de no quedarme tiempo extra en la oficina, siempre he pensado que el hecho de que uno ame su trabajo no implica que tenga que traerlo encima 24X7. Si he de ser honesta, los cambios no empezaron con el año nuevo: seis meses antes había cambiado de departamento, después hubo una crisis y hasta hubo una ruptura. Quizá solamente fue un efecto dominó.


Todo cambió en marzo, con la pandemia y la cuarentena que, en principio, duraría hasta finales del mes, después hasta mayo y, en algún momento, ya no le vimos fin. La idea de comer en casa fue más fácil, pero aquella de no llevar trabajo ahí se colapsó por completo. El never ending home-office se coló a mi departamento —tuve que comprar un escritorio, btw— y hasta a la casa de mi mamá —donde hace varios años que solamente iba de visita, en fines de semana o en vacaciones—. Si bien me mantuve cuerda, el encierro y las horas frente a la pantalla se multiplicaron y tuvieron efectos físicos, como resequedad en los ojos, manchas en la cara y más cansancio que nunca.

El olor a cloro, Lysol y gel antibacterial se volvieron cotidianos en mi vida. Mis usos y costumbres que incluían salir dos o tres veces por semana —al café, al cine, a comer, a bobear— y viajar por lo menos tres veces en el año —a veces de vacaciones, a veces a congresos, reuniones, exámenes de grado— se transformaron por un encierro casi total, aderezado con el temor a ser un arma bacteriológica cada vez que llegaba a casa de mi mamá.

 

Reconozco que estuve en el lado del privilegio, porque mi empleo se mantuvo y mi salario también, pero estuve muy lejos de esas imágenes del encierro con tiempo para hacer ejercicio, leer y cocinar. Acá todo se volvió caos, saltar de una clase a otra y después a una asesoría, una junta y/o un congreso. Honestamente, prefiero correr de un edificio a otro —o hasta de una ciudad a otra— que saltar de Teams a Zoom a Meet a Jitsi a Webex.

Lo peor fue dobletear: si era posible estar en dos actividades al mismo tiempo, con el poder de dos compus, una al lado de la otra, no había necesidad de cancelar o mover cosas. Al principio parecía divertido, porque era una cosa de un día, pero cuando se cruzaron ALAIC y AMIC con reuniones importantes y/o con las últimas semanas de clases, se volvió algo cotidiano… y agotador, muy agotador. No quiero volver a hacerlo jamás. Quizá por eso terminé el semestre y cerré compus casi dos semanas para dedicarme a la contemplación.


 

Estas dos semanas de vacaciones sí que fueron regeneradoras, con el combo mágico de terraza, viento frío, sol calientito, perros, lectura. Ahí encontré la calma que necesitaba después del caos. Si en todo el semestre apenas había logrado leer un libro —muy bueno, por cierto, fue En estado de viaje de Clarice Lispector—, en dos semanas de vacaciones me eché dos y medio: La vida de los elfos de Muriel Barbery, Viajes por el scriptorium de Paul Auster y La chica de la Leica de Helena Janeczek.

Casi no fui al cine, creo que la última película que vi en pantallota fue Star Wars: Episode IX, The Rise of Skywalker. A cambio, esta vez sí desquité la suscripción de Netflix y vi, entre otras tantas cosas, 15 temporadas de Grey’s Anatomy en los primeros tres meses de encierro; la temporada 16 la vi con calma y ahora espero que llegue la 17. Nota al pie: Las primeras tres temporadas de esta serie las vi hace años, cuando vivía en Guadalajara y había que ver un capítulo por semana, creo que en Sony. Reencontrarme con ella tantos años después fue muy interesante.

Según Spotify, entre las canciones que más escuché están “Keep breathing” de Ingrid Michaelson, “Si” de Zaz, “Deséame suerte” de Vetusta Morla, “If I be wrong” de Wolf Larsen y “Nekojarashi” de RADWIMPS.

Este año, mi recuento de viajes incluye solamente aquellos que fueron cancelados: Helsinki y San Petersburgo, Medellín, Cancún, Colima, Beijing —que después iba a ser Tampere—, Porto Alegre, Ciudad de México, Guadalajara y otra vuelta en el Chepe. El año anterior había cerrado el recuento diciendo que ya tenía los vuelos para las vacaciones de Semana Santa, muy ilusa fui.

Creo que la última vez que fui con alguien al chisme de café fue con mi jefe, al Punta del Cielo que hay abajo de la oficina, el último fin de semana antes del caos. Lo demás han sido cafés y alcoholes en Zoom… que los ojos no necesitan más horas de pantalla, pero la vida sí necesita reencontrarse con la gente que uno ama.

 


En medio de todo lo terrible, puedo decir que la pandemia me obligó a encerrarme, pero me permitió ocuparme de lo importante: mi mamá, mis perros, mi gata y yo misma. Hice cambios, tomé decisiones y, a diferencia del año pasado que cerró con tantas dudas, esta vez hay algo de claridad.

Quizá los momentos que mejor representan mi año son las pláticas en la banqueta a un metro de distancia con mi amiga de toda la vida, el encuentro de menos de dos minutos con alguien en la esquina de mi edificio para adelantar mi regalo de cumpleaños y la cara de mi mamá cuando —aprovechando que tuvimos que ir al médico— vio las luces de Navidad en la plaza, en su primera salida en casi nueve meses.

El año pasado cerré el recuento con una frase de Tolkien —de quien, por cierto, hoy es aniversario de nacimiento— y creo que seguirá por aquí como un mantra: “all we have to decide is what to do with the time that is given us”.

jueves, diciembre 31, 2020

No sólo se viaja por el espacio y el tiempo

 

Terraza, viento frío, sol calientito, perros, lectura… una vez y otra vez y otra vez. En otro momento, habría dicho que éstas son las vacaciones menos vacacionales de la historia. Por obra y gracia de la pandemia, este año viajé y tampoco aproveché las vacaciones para salir con medio mundo, abrazar amistades al calor del vino tinto, ir al cine a dos o tres funciones seguidas. Nada. Esta vez me limité a refugiarme en casa de mamá y me dispuse a descansar. Mis mañanas se volvieron eso: terraza, viento frío, sol calientito, perros, lectura. Volví a tomar La vida de los elfos de Muriel Barbery. Lo había empezado un par de veces y, por algún extraño motivo, en ninguna de las dos pasé del primer capítulo. Esta vez lo tomé y me atrapó. “Aquellas palabras que ni siquiera sabía pronunciar dibujaban una nueva tierra de poesía y despertaban en su corazón un hambre inédita”, dice en alguna parte. A mí me dieron ganas de escribir, pero la sola idea de tener que bajar y encender la compu me detenía. Mejor seguía aislada en la terraza, entre ruidos de aves, de coches que pasan, de vecinos que dicen alguna cosa en la calle y esa cosa se pierde entre los ladridos de mi perrote Lucas. Encontré ahí la tranquilidad que necesitaba, viendo a mis perros dormir panza arriba para aprovechar el sol o corriendo a ladrarle a ruidos lejanos. “Sin tierra, el alma está vacía, pero sin relatos, la tierra está muda”, seguía Barbery. Más ganas de escribir, en mi mente estaban las palabras, pero no llegaban siquiera a una libreta llevada a propósito. La vida es así. “No sólo se viaja por el espacio y el tiempo, sino sobre todo por el corazón”, dice. La frase resuena más allá de la historia, en un año como este, con tantos viajes cancelados y con la incertidumbre. En la lectura de la tarde, el sol es más tenue y se va perdiendo. Algunos días se han cubierto de nubes y el frío ha estado más fuerte y no sé qué tanto estoy viendo y qué tanto estoy conectando con la historia. Pero dice Petrus, uno de los personajes, que “hay dos momentos en los que todo es posible, cuando bebemos y cuando nos inventamos historias”. Salud.


 

jueves, septiembre 03, 2020

Yo no sé mañana

 A algún vecino le pareció buena idea saltar de una playlist de pop de los 80 a "Yo no sé mañana". Mi mente explotó. Me trasladé a los recuerdos borrosos del tiempo en que esa canción era el vínculo entre cierto hombre y yo. En aquel tiempo sonaba lejano el "mañana" en el que no sabíamos si estaríamos juntos o si se acabaría el mundo. Pues nada, hace mucho que no estamos juntos y 2020 hace pensar que el mundo se acaba. No es alguien que extrañe, a pesar de todos los buenos momentos que hubo. Tampoco es una historia a la que quiera regresar, no quiero y, si quisiera, tampoco sería posible. Sin embargo, la mente es traicionera.


lunes, junio 01, 2020

All we have to decide is what to do with the time that is given us

Vine a escribir que, de repente, las dudas y el estancamiento de hace unos meses han quedado atrás, pero, pensándolo bien, no fue tan de repente. Como decía en aquel momento, a veces una necesita parar, pensar, respirar. Lo hice y heme aquí, frente a nuevos desafíos e incertidumbres. Hoy es un buen día para recordar que, como escribió Tolkien, "all we have to decide is what to do with the time that is given us".

viernes, mayo 29, 2020

Contacto de emergencia

Hubo un tiempo en que fuiste mi contacto de emergencia y yo fui el tuyo.
Hace meses cambié mi contacto de emergencia. ¿Lo hiciste también?

viernes, marzo 06, 2020

Ausencias

Yo tenía unos aretes muy lindos que compré en algún ranchito de Creel, eran unas flores de barro y eran únicos. Un día, cuando vivía en la CitéU, tocó simulacro de evacuación (nota al pie: yo pensé que era una emergencia real y osé salir sin suéter, casi me congelo, pero ésa, como diría la nana Goya, es otra historia). En medio de la multitud, perdí un arete y no me di cuenta. Lo noté cuando regresé a mi estudio, lo busqué en todas partes y nada, mi arete único se esfumó. Durante algunos meses, me ponía algo y pensaba "esto combina con los aretes de barro", pero ya no tenía uno. Pues nada, que así me ha pasado con gente. Hubo alguien que se volvió casi imprescindible en mi vida cotidiana y ya no está y -aunque a diferencia del arete, yo quise que no estuviera- a veces se me olvida que se acabó y pienso tal o cual cosa, pero entonces me acuerdo. Se acabó, no volverá a ser, no tiene por qué ser, la vida es así.

sábado, febrero 22, 2020

#undíasinnosotras



¿Qué pasaría si desaparezco, si me matan? ¿De qué tamaño sería mi ausencia? ¿Qué cosas se caerían si no las hago yo, si no participo, si dejo de estar? Ése es el sentido de #undíasinnosotras. No es un día de asueto, es un día de reflexión, de pensar en la ausencia.
La violencia contra las mujeres se ha naturalizado a tal grado que no parece grave que en México maten 11 mujeres por día. Hay más discusión sobre cómo podemos protegernos del coronavirus que sobre qué podemos hacer como sociedad para enfrentar la epidemia social de feminicidios y otras formas de violencia que padecemos todos los días. Por eso el paro convoca a todas las mujeres, no a todas las personas. No significa desconocer la violencia contra los hombres, que también es grave, también nos duele y también produce ausencias, pero el 9 de marzo pensemos en la ausencia de las mujeres. Cada año se hace paro el 8 de marzo, que es el día internacional de las mujeres. A muchos se les olvida que ese día no es una celebración -y hay quienes hasta envían mensajes de felicitación-, sino un recordatorio de la necesidad de equidad de género. Uno de los acontecimientos que se vincula a ese día es el incendio en una fábrica en New York en 1911, donde murieron casi 150 mujeres porque las dejaron encerradas ahí. Cada 8 de marzo conmemoramos eso, por eso algunas paramos y/o vestimos de negro o de morado.
Con el paro del 9 de marzo, hay quienes tenemos la posibilidad de faltar al trabajo y que eso no tenga consecuencias, pero también hay quienes pueden ver comprometido un día de salario y eso significaría no llegar bien a fin de mes. Por eso celebro que muchas universidades y otras organizaciones se solidaricen, de manera que faltar ese día no tenga consecuencias para quienes pudieran estar en esas situaciones. En sentido estricto, no necesitamos "autorización" para ejercer un derecho, pero en términos prácticos sí hay grandes sectores que necesitan ese tipo de apoyo para participar.
Sin embargo, también creo que la solidaridad un día no es suficiente si no hay un compromiso de fondo por mejorar las condiciones y buscar la equidad. No es suficiente que los gobiernos se unan si no emprenden acciones reales para hacer frente a la violencia, no es suficiente que las universidades se unan si no tienen mecanismos para atender los casos de acoso, no es suficiente que las empresas se unan si sostienen prácticas de acoso y desigualdad salarial.
Quienes podamos parar, paremos. Quienes se puedan solidarizar, háganlo. Y no dejen de pensar qué pasaría si desapareciéramos. No es algo que nos guste pensar, a veces ni siquiera es algo que pensemos posible, pero lo es. Algo podemos cambiar desde lo individual, mucho más podemos cambiar desde lo colectivo.


martes, febrero 04, 2020

Revelaciones de los días recientes IV: Qué bueno que no haya sido

He recorrido esa carretera ya no sé cuántas veces. El viaje iba tranquilo, iba... un tipo salió de la nada y cuatro vehículos -esto incluye el suyo- estuvimos a punto de chocar. Vi muy cerquita los caballos del remolque que iba adelante. Los cuatro conductores reaccionaron rápido y un accidente que pudo ser finalmente no fue, qué bueno que no haya sido.

No sé si soy una piedra, me asusté y me desasusté con la misma rapidez. No vi mi vida en un segundo, nunca la he visto en situaciones de riesgo. Tampoco pienso en lo que hubiera sido, sólo puedo pensar en lo afortunada que soy. Viví para contarla... otra vez.