jueves, abril 17, 2014
Juan Pablo
Mi padre estimaba mucho a su primo Juan Pablo. Los dos eran hombres de pocas palabras, pero extrañamente lograban hablar por teléfono y saber el uno del otro. También hacían viajes entre Aguascalientes e Irapuato para visitarse. Cuando murió mi padre, me quedó la costumbre de llamar a Juan Pablo en año nuevo. Este año no lo llamé, por razones que se resumen en una faringitis marca diablo tras la vacación y en esa mala costumbre mía de posponer cosas. El viernes mi mamá me preguntó si le había llamado después de tanto posponer, le dije que lo haría el domingo, pero el sábado me avisaron que el hombre había muerto. Algo dentro de mí lloró. Sabía que tenía que hacer esa llamada, fue muy triste caer en la cuenta de que no la hice y ya no habría modo de hacerla. Después supe que, aunque la hubiera hecho, no habría podido hablar con él, porque ya estaba muy mal. De cualquier modo, Juan Pablo siempre supo que le agradecí mucho todo el aprecio por mi papá. Lo que Juan Pablo no supo fue que no haber hablado con él antes de que se fuera, me dio la sacudida que necesitaba para dejar de posponer cosas.
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