Todo lo que hubo entre tú yo yo, aunque nunca tuviera nombre, se acabó. Quedaban sólo unos mensajes que, por algún extraño motivo, guardé en el viejo celular, el que llevo siempre por si falla el principal. Los borré todos una noche, mientras esperaba el transporte en una banca de cierta universidad guanajuatense. Pero, bah, sobreviven no sé cuántos tuits, interacciones en Facebook y mensajitos en Whatsapp, lo digital siempre deja rastro. Sobreviven también toneladas de recuerdos de los muchos meses y las muchas etapas (¿tres?, ¿cuatro?). He de decirlo, son todos buenos recuerdos. A decir verdad, esa extraña relación empezó y terminó de modo igual de inexplicable, nunca tuvo fechas y, como ya lo dije, tampoco tuvo nombre; pero siempre tuvo algo, siempre fue espontánea, divertida, quizá boba... y cuando no fue, pues simplemente no fue. Ahora que lo pienso, no te extrañé en los últimos días de octubre, como tampoco te extraño ahora... y algo me hace sospechar que tú tampoco. Tal vez por eso no me dolió borrar los mensajes. Tal vez por eso puedo sonreír cuando me acuerdo de ti o, más bien, de nosotros en otros tiempos. Tal vez por eso pensar que todo lo que hubo entre tú y yo se acabó, se traduce en el registro del cierre de una grata experiencia... y ya.
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