lunes, enero 14, 2013

Dosmildoce

Mis problemas respecto al tiempo son cada vez más graves, escribo mi extraño recuento del 2012 cuando ya va medio mes del 2013. No dejo de pensar que la división por años es arbitraria, pero tampoco dejo de pensar que es divertido hacer recuentos... y tal vez también útil... o quizá sólo un poco ocioso.

Gran parte de mi vida este año (el año pasado, pues) ocurrió en carretera. Hice 23 viajes a Guadalajara, dos a Celaya, uno a San Miguel de Allende, dos a León, uno a San Luis Potosí y finalicé el año con una travesía que empezó en Cancún. Obvio, la mayor parte de los viajes fueron a las sesiones presenciales del doctorado. Eso me recuerda que, hasta el momento, he sobrevivido al doctorado, lo cual merece una fiesta o, al menos, un poquito de inspiración tras responder un mensaje a cierta tesista de la cual soy lectora. Por lo demás, ¿será que todos los caminos llevan a Guanajuato?, ¿será que debí haber hecho caso cuando, en agosto, la vida parecía querer que me quedara en San Miguel de Allende?

En fin, si hemos de creer en señales, un frapuchino me regaló una aparición extraña: un trozo de hielo con forma de corazón saltó de mi vaso. ¿Será acaso la confirmación de que la mujer de hielo que dicen que soy tiene corazón?



Hubo otras señales bastante más objetivas. El cansancio me dejó claro que los días de 72 horas no existen y que estaba forzando demasiado al cuerpecillo, así que renuncié a mi trabajo como asistonta de investigación, tras cinco años de labores. Fue una decisión complicada, fue también una decisión de la que no me arrepiento. Tal vez habría renunciado de todos modos, aunque el cansancio no me lo exigiera y a pesar de las enemil satisfacciones que tuve en ese lugar, simplemente porque pasar tanto tiempo en el mismo sitio hace que uno se aferre a la zona de confort. Volar siempre es necesario y siempre es desafiante.

Se me ocurrió la brillante idea de revisar dos o tres tonterías que he hecho. Pedí perdón, eso no ocurre todos los días. No sé si maduré un poquito, pero me sentí mucho mejor. Varias amistades se fortalecieron y eso me hace inmensamente feliz.

Fui mucho al cine. Me fascinaron El exótico hotel Marigold, Melancolía y Amigos. Amé los homenajes al cine en Hugo Cabret y El artista. Vi muchas películas también en carretera. Lloré en un camión cuando veía Comer, rezar y amar, como la mujercita cursi que juro que no soy. Me persiguió El amor de mi vida, cof cof, sí, hablo de Bright star, no de un amor de mi vida de verdad... de hecho, los amores fueron una cosa extraña en 2012. Más de una vez me pregunté si mi vida era un episodio de alguna serie gringa. Al final, me quedé como el perro de las dos tortas, ¿por qué no?

No leí tanta literatura como hubiera querido. Como sea, por fin leí a Dickens. Como siempre, compré libros como si tuviera tiempo de leerlos todos. Me colé en un intercambio poético, recibir letras viajantes, procedentes de España y Chile resultó magnífico.

Vi a Regina Orozco, Lila Downs, Carla Morrison, Jarabe de Palo y Kevin Johansen en vivo... y gratis. No era fan de Regina, pero me fascinó. Lila me sigue gustando, a pesar de que creo que ahora está demasiado producida. El concierto de Carla fue como escuchar muchas veces la misma canción. Jarabe de Palo me agradó, a pesar de sus chistes repetidos. Y el de Kevin Johansen, con la participación de Liniers, fue mi concierto favorito del año.

En asuntos cómico-mágico-musicales, descubrí que los celulares son más inteligentes de lo que aparentan, protagonicé una extraña intromisión en "la comunidad artística local" y quedé en shock cuando alguien respondió "cobertura universal" a mi grito de "¿qué es lo que quiere el Seguro Social?"

Por lo demás, no se acabó el mundo, sólo envejecí un poquito. Fue un año de gran cuestionamiento. Sé lo que quiero hacer, pero también sé como quién no quiero terminar. También sé lo que busco, pero a la vez me pregunto si toda la vida buscaré lo mismo. Sospecho que no. Sospecho que la vida me sorprenderá siempre.