viernes, diciembre 25, 2009

¡Feliz Navidad!

Antes que acabe el día, ahí les va un regalito.

lunes, diciembre 21, 2009

veintiocho

No recuerdo con claridad cómo imaginaba los veintimuchos desde mi perspectiva de niña de kinder. Sólo me acuerdo que la gente de casi 30 me parecía taaaaaan grande y taaaaan experimentada.

Cuando tenía 14 (esto ya lo había contado), escribí como propósitos de año nuevo que aprendería a tocar el piano y a hablar japonés. ¡Aplausos! Ya dupliqué la edad y muy apenas sé decir konnichi wa.

Por fin empiezo a aparentar mi edad. Cuando tenía 12, me calculaban 20 (y en ningún lado me pedían credencial de elector, jo jo), a los 22 me veían de 30; ahora, de 27... damn, ¿soy Dorix Button?

Definitivamente no estoy tan buenona como a los 20 y, además, empiezo a ver canas, discretas arrugas y ojeras; pero esto es lo que soy y me encanta verme plena... he de envejecer dignamente.

Este año viví oleadas de todo lo imaginable, desde los momentos más felices hasta unos cuantos de vil frustración. La incertidumbre se volvió mi compañera y descubrí que no es del todo malo. Entre lo mejor de este año, he de recordar mi acuoso rito de paso y el extraño retorno de mis costumbres viajeras.

Cumplir años en lunes y en la recta final de un tratamiento que me priva de alcohol (y hasta del café), no es lo más pertinente para el festejo; pero también es divertido. Por cierto, cuando nací, el 21 de diciembre del 81, también era lunes y, sobra decirlo, también hacía frío.

Como sea, me queda claro que el tercer piso se ve cada vez más cerca y he de decir que entre los ires y venires, las presencias y las ausencias, las sonrisas y el dolor, entre tanto, soy muy feliz.

domingo, diciembre 20, 2009

seis años después...

... y aún duele.

Pero bien dice @SrValladares, que "en algunas cosas pasa toda una vida y parece que fue ayer".

miércoles, diciembre 09, 2009

crónica de un viaje anunciado

Algo tiene Guadalajara que me hace feliz. Tras ocho meses, regresé para echar porras en el coloquio de mis amiguillos; me encontré con la central camionera en calidad de zona de guerra (a un genio se le ocurrió arreglar el pavimento justo en días de alta circulación de viajantes, ¡aplausos!), con taxistas necios (as usual), con la novedad de que ya no existen las rutas Cardenal (cosa que me alteró considerablemente) y con un tráfico de la fregada (también, as usual). Neurótica como soy, con esos incidentes había material de sobra para gritar y patalear; pero no, mi cara mostraba una sonrisa enorme... tal vez porque iba al encuentro de varios grandes amigos, tal vez porque por primera vez en tres años fui sin preocupaciones de tareas no terminadas o avances de tesis de proporciones milimétricas.

He de decir que disfruté tanto la ñoñez del coloquio, como la espontaneidad de todo lo demás, la pizza compartida, el chisme en la camioneta que parecía transporte escolar, la cámara extraviada y rescatada por Giovanni (me cae que si me cobraras los favores, serías rico), la excursión al trébol (una idea brillante más del gobierno del estado eso de cerrar el cruce al ITESO), el chisme en Twitter y Facebook a medio coloquio (balconeadas incluidas), los momentos de extravío que llevan a una a descubrir cosas harto trascendentes (que dos que tres aprovecharon el momento para una siesta, que hay un flaco muy flaco que tiene bubies, que alguien con un tic robaba la atención y hacía comentarios muy extraños), la fuga anti-estrés a la Pizza Leegera, la aparición de Tony, las preguntas profundas de Alex (¿en qué momento histórico te hubiera gustado vivir?) y las respuestas fumadas de todos nosotros, la oportuna plática de Mario sobre la fotografía de nota roja de Metinides (a media comida), las más sentidas reflexiones sobre los blogs y el balconeo según Alfredo (y sí, Mr. Sabe a Pollo - también conocido como Mauricio - y yo nos balconeamos mutuamente) y más.

Quiero más viajes de éstos.

martes, diciembre 08, 2009

porque siempre queda espacio para nuevas libertades...

No me arrepiento de las decisiones que he tomado, ni de haber hecho lo que no se esperaba de mí, tampoco de involucrarme en proyectos que de pronto pisan callos, mucho menos de ser amiga de quienes soy. Si lo que estoy viviendo ahora es el precio, pagado está. Como sea, todos tenemos fecha de caducidad y quizá no me toque ver cuando unos cuantos caduquen, pero hoy que veo las cosas con mayor claridad, veo que, como dice Bunbury, "no hay males que duren más que yo y prefiero cantar roncanrol donde conviene estar callado".

lunes, diciembre 07, 2009

en esta ausencia que respiro...

Tras una boda emotiva y una presentación de libro, el sábado terminé en el funeral de alguien que, he de confesar, no recuerdo del todo, pero que fue mi vecino algunos años. Se trata de un hombre apenas unos años mayor que yo, que murió en un accidente; la sorpresa fue terrible para todos, hasta para quienes, como yo, lo veíamos poco. Sobra decir que para su esposa y su hija fue peor, vi en sus caras algo que oscilaba entre dolor e incredulidad. "¡Despiértate, papá!", decía la hija y le daba golpes a la caja. ¿Cómo entender que el que salió caminando regresó muerto? ¿Cómo asumir que ya no estará?

*

En menos de dos semanas se cumplirán seis años desde que mi papá murió. Nunca, hasta este sábado, había valorado tanto el tiempo que tuve para despedirme de él... o más bien, para despedirse de mí. Yo no fui capaz de articular palabra, él sí, con gran serenidad fue diciendo "adiós" en pausas, en cinco semanas: un día me pidió que le avisara a sus otros hijos que ya se iba; después me dio indicaciones sobre el funeral (decidió hasta con qué ropa se quería ir); en algún momento me pidió que me cuidara, porque mi palidez extrema empezaba a asustarle, "hasta parece que la moribunda eres tú", me dijo; el último día fue tan doloroso como bello, me contó fragmentos de su vida que parecían insignificantes, pero que al final tenían sentido; más tarde dijo que se iba y cerró los ojos.

*

A distancia creo que veo un papá distinto al que vi en su momento. Donde me parecía un tipo duro, veo que me enseñó a decidir; donde me parecía un papá sobre-protector, veo que me dio más libertad de la que alcancé a ver; donde alguna vez lo vi tantito insensible, veo que era práctico y que le gustaba ser protagonista de su propia vida. A distancia recuerdo su claridad mental y quisiera tenerla, igual que su capacidad para administrar el tiempo y el dinero, sus extrañas costumbres de sacar viajes de la nada ("tengo ganas de ir a Guanajuato, ¿qué tal si empacamos y salimos en dos horas?"), sus pequeños placeres con los viajes y la comida y los periódicos de todos lados y más. A distancia veo que la ausencia no es tal, mientras viva la memoria.