En vacaciones me dediqué, entre otras cosas, a liberar espacio en mi cuarto. Encontré cosas que no recordaba que estaban ahí, como estas chunches extrañas de radia (¿mechones?, ¿pompones?) que usaba uno para las porras, ji ji. Por los colores, creo que datan de mis años en la Técnica 1, de cuando mis amiguillos y yo veíamos la vida desde un balcón y resolvíamos la vida jugando fut en la ex Conasupo y tomando malteadas en la Holanda (dicho sea de paso, creo que ahora hay un consultorio dental ahí).
En aquel tiempo nuestras clases de Informática se reducían a jugar con una tortuguita y tiempo después descubrimos que existía internet. Estaban de moda las faldas cortas de cuadritos (sí, sí, mucho antes que con RBD) con medias negras arriba de la rodilla, las camisas de Ferrioni, los tenis blancos Reebok; no sé si antes o después nos dio por ser quesque hippies, usábamos pantalones rotos y faldas largas de florecitas con huaraches; claro, todo eso en los fines de semana, porque a la secu había que llevar el feo uniforme café (tal vez por eso soy incapaz de usar algo café desde hace años) para toda ocasión y el pants rojo para Deportes.
Llegamos a jugar basket con un suéter hecho bola, cuando prohibieron llevar balones si no eran para la clase de Deportes. En esa misma clase yo rogaba y suplicaba a los profes que me catafixiaran mis fracasos rotundos en gimnasia (nunca me pude parar de manos sin ayuda y en las rodadas de carro sentía que se me iban a salir todas las vértebras) por los eternos recesos jugando basket (y es que eso sí me gustaba). Recuerdo que una vez azoté balón en mano y Fer fue a preguntarme si estaba bien, cuando le dije que sí, no dudó en quitarme el balón y seguir jugando; tres puntos eran tres puntos, tras encestar regresó a levantarme del piso y a ayudarme a salir de la cancha; como sea, lo caballero no quita lo competitivo, ja. Y Jorge (que entonces fue mi compañero y en la uni fue mi alumno) recitaba reglamentos de todos los deportes cuando alguien cometía una falta... y cometíamos muchas.
También recuerdo que nos obligaban a cantar, aparte del Himno Nacional, el de las "escuelas secundarias técnicas, juventud entusiasta y febril..." que hasta la fecha me sé, ji ji. Hubo un momento en que el sistema era tan autoritario, que bautizamos a la escuela como Reclusorio Técnico Número 1. En ese tiempo construyeron la barda de atrás, para que no estuviéramos bobeando o no pudiéramos echarnos la pinta saltando la malla ciclónica de ene generaciones. Eso me recuerda que ser ñoña tiene sus privilegios, yo nunca salté esa malla, las veces que me fui de pinta salí por la puerta (por la de atrás, tampoco era tanto el descaro) y el vigilante me vio con cara de "seguro la nena va a la papelería", ji ji. Por cierto, alguien que ahora es una conocida diputada de izquierda, era prefecta de la secu en aquel tiempo y osó levantarme un reporte por traer calcetas en vez de medias con el feo uniforme café.
Como sea, las broncas de entonces se resolvían con tomar una malteada de chocolate y vagar por Plaza San Marcos. La calle Carlos Sagredo era escenario de bobadas, declaraciones, truenes y hasta de peleas callejeras, porque había un pleito que nos precedía entre los niñitos desmadrosos de la Técnica 1 y los de la Federal 2... y he de confesar que a mí sí me daban miedo, eran más grandotes y violentos que los nuestros. En fin, mientras unos jugaban fut, otros peleaban en la calle, otros tomábamos malteadas o veíamos la ropa y los discos y unos más se iban a fajar a los espacios "en construcción" del ilustre centro comercial, en esos años derribaron una tienda que se llamaba Todo fácil (tipo Home Depot) y construyeron un restaurante que duró pocos meses, también estaba en construcción la zona donde ahora es Ups! y pos ahí era "lo oscurito", ¿edá?, no faltaba el chismoso que se asomaba entre la madera y el plástico negro a ver qué hacían los que sí tenían pareja... o los que en ese momento la conseguían.
Contestábamos chismógrafos para insinuar que nos gustaba tal o para ver quién le gustaba, ji ji. Intercambiábamos casetes con mezclas de canciones. Nos indignábamos cuando en Cinemark no nos dejaban entrar a ver "Entrevista con el vampiro" por ser menores de edad... chale, ¿en qué se nos notarían los 13 años? Todos teníamos broncas con los papás y jurábamos que no nos comprendían. Cantábamos rolas de los Enanitos, Caifanes, Metallica y Nirvana en las escaleras... ah, sí, también llegamos a cantar de Chente y hasta el Santo Santo. Nos sentíamos rebeldes con Gillete. Amábamos Ace of base (it's a beautiful life, oh, oh, oh, oh), The Cranberries (in your head, in your head, zombie, zombie, zombie-e-e-e) y las que cantaban What's up? (¿eran 4 non-blondes?). Íbamos a tardeadas al Meneos, el Bananas Ranas y hasta al Cabús. Coleccionábamos Eres y Tú. Nos maquillábamos a escondidas. Traficábamos con toallas quesque discretamente. Era motivo de celebración que un chavito por fin tuviera que rasurarse y que las chavitas por fin comprábamos cremas y maquinitas para depilar.
Competíamos en declamación, oratoria y canto y siempre sabíamos quién iba a ganar; de mi generación siempre ganaba Luis Fernando en declamación y oratoria y Adán o el Pollo Lomelí en canto. Yo solía ganar en ortografía, todavía tengo mi trofeo bajo el escritorio y todavía me acuerdo de mi primer lugar estatal que me hicieron perdedizo. También sabíamos que siempre estarían en el cuadro de honor gente como Isabel y Lizeth... y que el hermano mayor de Lizeth, el Monte, era el modelo de IQ que todos los maestros nos restregaban en la cara. Y que los populares eran Roberto, Jairo y Carlos... todo el mundo moría por ellos, Roberto era el típico niño guapo güerito, Jairo tenía look geek con sus lentes y Carlos, oh, Carlos, todo el mundo moría por ese niño moreno de ojos verdes, ji ji.
En ese tiempo descubrí mi extraña tensión entre la gerontofilia y lo asaltacunas: no me decidía entre el ocho años mayor o el dos años menor. Y no, nunca pelé a uno de mi edad, por más que sus amiguitos me hicieron chantaje moral y hasta me siguieron a casa, "para que le dé miedo" decían... miedo fue lo que sintieron ellos cuando salió mi mamá, ji ji ji.
Y cuando los tres años terminaron, autografiamos la ropa del uniforme (y ésa todavía la guardo), lloramos con el mariachi y muchos ni nos volvimos a ver... ni siquiera porque casi todos vivíamos por el mismo rumbo.
Tantos recuerdos por unos ¿mechones? olvidados. Tiene razón Pierre Norah cuando habla de la memoria de los objetos. Esas cosas de rafia para las porras ya las tiré, pero no pretendo olvidar a la ilustre Escuela Secundaria Técnica Número 1, aunque por momentos fuera una pesadilla, y tampoco a la generación 93-96. ¿Alguien de esa generación anda por aquí?