Ya que andamos todos memoriosos con #MyROMA, les cuento: Mi papá era quien me llevaba y traía del kínder. Era un tipo muy alto, así que recuerdo dos cosas: que era muy fácil encontrarlo a la salida (la cabeza que sobresalía a cualquier otra) y que yo -en aquel tiempo chaparrita y flaquitita- parecía más una extensión de su brazo que una persona. Era obsesivo con la puntualidad, así que siempre estuve a tiempo. Sin embargo, un día tuvo un problema con su reloj y no estuvo ahí a las 12 del día. Lo que yo recuerdo es que todos se fueron y yo buscaba aquel andar tan particular entre la gente, pero no aparecía. Una de las asistentes me llevó a los juegos para entretenerme un poco. Mientras tanto, en casa, mi mamá estaba muy preocupada al ver que no llegábamos. Fue al kínder, encontró aquella escena de la niña y la asistente en una escuela casi vacía. Le agradeció por cuidarme y me llevó de regreso a casa. Ni les cuento cómo le fue a mi papá cuando volvió, dos horas tarde, con un reloj que se había parado a las 11:30 AM.
En aquel tiempo era terriblemente tímida. No tuve hermanos, así que mi vida transcurría con adultos. Los hijos de los amigos de mis papás eran mayores que yo, así que me resultaba fácil interactuar con mayores, pero muy difícil con los de mi edad. También era francamente soberbia. Aprendí a leer y escribir a los 4 años y eso me daba una sensación de superioridad frente a mis compañeros, que seguían haciendo líneas y bolitas. Viajábamos mucho, la mayoría de las veces a lugares cercanos y sin planes. En mi cabeza, Guadalajara era la ciudad de las casas grandotas (edificios, pues), Guanajuato era donde había callejones y Zacatecas era donde estaba la Bufa (yo ya odiaba la Bufa). El viaje que más representa la relación entre mis padres y yo fue uno a Vallarta: mi papá no veía peligro en que yo jugara en la playa, mientras mi mamá veía la zona de olas altas cual si fuera zona de tornados. Había tres cosas en las que sí coincidían: tenían personalidades muy fuertes, lo más importante para ellos era yo (o eso decían, jaja) y construyeron una idea del compromiso muy rara para los años 80. Ya he contado otras veces que nunca se casaron (pecado mortal para las sociedades conservadoras de aquel tiempo y para sus familias, auch), su compromiso era sólo de palabra y así duró 24 años, hasta que él murió. Tenían un ritual que yo entonces no entendía y ahora valoro mucho: todos los días a las 7 PM tomaban café y hablaban, el mundo podía caerse mientras tanto (y el mundo podía ser yo, por supuesto), pero ese momento era suyo y de nadie más.
Ésta que ven está hecha -entre otras cosas- de esa historia. Soy obsesiva con la puntualidad (que no siempre logre llegar a tiempo no significa que no me importe) y ñoña como mi padre. Me encanta salir, soy sociable y también canto, como mi madre. Amo viajar y tengo el superpoder de hacer y deshacer maletas en 10 minutos. Ya no soy tímida, pero por momentos sigo luchando contra la soberbia. Dicen los que me conocen que también tengo una personalidad tantito intensa, como ellos. La vida da muchas vueltas y esos lugares que recorrimos tantas veces se convirtieron en parte de mi vida adulta: mi primer trabajo académico fue en Zacatecas, estudié en Guadalajara y ahora trabajo en León. A veces todavía encuentro ese andar tan particular entre la gente, aunque murió hace 15 años. Hablo por teléfono todos los días con mi mamá. Y, cuando veo los aviones desde el balcón (no en el charco), siempre los recuerdo a ellos, MaryChuy y Luis.
2 comentarios:
Buena roma. Ase tiempo que no escribias(creo).Saludos..
Hace mucho, sí, pero estoy de regreso. 🙂
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