Ya pasó un mes. Ese domingo iba maravilloso. Avancé en un
artículo que era para el jueves, salí a hacer trabajo de campo, regresé, limpié
un poco el depa, escribí otro poco y quedé para ir a comer. La comida estuvo
deliciosa, la película que vimos —El
artista anónimo— estuvo increíble y la compañía más. Mientras caminábamos
de regreso, veíamos la ciudad cuasi-desolada, con unos cuantos leoneses viendo
la final del fut en restaurantes y bares. Nos despedimos, entré al depa y me
quedé en shock, alguien había entrado. Tardé en identificar qué cosas se habían
robado, quizá todavía no lo sepa del todo. En medio del caos, vi que
desaparecieron dos laptops y dinero. Después vi que se llevaron también una
alcancía y hasta un Funko de Guillermo del Toro. Hice lo que humanamente se
podía, presenté la denuncia ante el Ministerio Público —y comprobé que sólo
sirve para sumarse a las estadísticas—, cambié chapas y me fui de ahí por unos
días.
La primera noche no podía parar de llorar. Nunca, en 37
años, había sido víctima de algo así. Puedo decir que no fue tan grave, que yo
no estaba y —por lo tanto— no sufrí algún daño, que sólo fueron cosas y que el
valor de lo robado ni siquiera es tan grande. Sin embargo, yo no tendría que
haber pasado por eso. No tenemos por qué naturalizar el delito y consolarnos
con que estamos bien, porque no lo estamos. La seguridad en nuestro país y, particularmente,
en esta ciudad, es una broma.
Al mismo tiempo, creo que tampoco tenemos por qué ir al extremo
contrario y criminalizar a medio mundo. En estos días he escuchado cualquier
cantidad de preguntas sobre posibles sospechosos, casi siempre acompañadas por hipótesis
estúpidas: que si los albañiles, que si el novio de la vecina, que si alguno de
los vecinos, que si alguien random, que si alguien muy cercano a mí, que si yo
misma (WTF?). Parece haber muchas personas con una necesidad increíble de encontrar
culpables, incluso sin conocer el contexto, sin el más mínimo interés de ayudar
y quizá con muchos episodios vistos de CSI. A estas alturas ya no me importa
quién fue. Me niego a ir por la vida desconfiando de todos y teniendo miedo de
todo.
Dije esa vez que, más allá de lo material, lo que se robaron
fue mi tranquilidad. Un mes después, creo que la he ido recuperando poco a poco,
aunque es difícil. Dije también que lo único rescatable de esa semana fue la
gente que estuvo conmigo de múltiples maneras. Ustedes saben quiénes son. Ustedes saben cuánto agradezco lo que han hecho por mí.
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