miércoles, septiembre 03, 2008

tanto tiempo atrás, que no sé ya ni cuánto...

Esto sí es un regreso, aunque formalmente no me había despedido (porque no pensaba irme), creo que es claro que dejé descansar varios días este humilde blog. Fue el exceso de trabajo (que ya se ha vuelto habitual en mi vida), fue el caos con las compus (le tronó el disco duro a la dorixlap, la que traía prestada no tenía chunchito para internet inalámbrico, di enemil vueltas para que recuperaran el contenido de mi ex disco duro, luego recuperé todo y se fregó el internet en casa, en fin), pero fue sobre todo un tiempo fuera que me urgía (sí, tiempo fuera en medio del caos).

El 22 de mayo se me cimbró el mundo, no en una catástrofe, no en algo espectacular o demasiado fuerte, sino en la tranquilidad de una conversación... y no se cimbró de la nada, se cimbró tras un golpe a la mesa que dio Frank para que regresara a la conversación. Y es que a mí me gusta ver a los ojos cuando platico y me gusta que me vean a los ojos también, pero he de confesar que cuando me cuestionan empiezo a divagar, contemplo el techo, vuelvo a ver los libros que ya vi, descubro que una mosca sobrevuela el área de la conversación, encuentro que hay un desnivel en la pared o que el bote de basura está vacío, en fin... que un golpe a la mesa me regresó a la conversación y tal vez también a la vida.

El mundo no se detuvo, pero, como dice la metáfora náutica de Otto Neurath, tuve que reconstruir mi barca en mar abierto, luego de arrojar al mar cargas que no me correspondía cargar. Durante la reconstrucción me ha sorprendido un tsunami de preguntas y respuestas por varios frentes, preguntas y respuestas que no hice y que no esperaba. Tal vez es eso lo que me tiene tan sorprendida, que este proceso no fue algo buscado, ni siquiera imaginado, pero de repente me siento tan plena, de repente recuerdo que "lo esencial es invisible a los ojos" (saludos, Principito), de repente me encuentro libre de odio y redescubro el dolor en mí, no como algo pesado, sino como algo que me recuerda que estoy viva, que la vida a veces tiene inviernos y que la piedra que cede que soy (como la obra de Gabriel Orozco) tiene raspones, pero sigue rodando.

4 comentarios:

La Blu dijo...

a veces hace falta que el mundo o la mesa se cimbre.

Bienvenida a puerto seguro.

Tramontana dijo...

Nunca había leído algo tuyo tan personal. Me gustó mucho descubrirte así, más transarente. Lo que sí había visto es como divagas cuando se te cuestiona, y yo tengo esa mala costumbre, a veces.

Las cicatrices que deja vivir son como medallas, ¿no? Son parte de quien uno es hoy.

ángel dijo...

El precio de vivir, le dicen a esto los otros necios que no quieren llamarle: madurar.

Un gusto volver a leerte.


Saludos....

Dorix dijo...

Lábani: Gracias por la bienvenida.
Tramontana: Gracias también, qué bueno que te gustó. Y sí, esas cicatrices que dices son lo que da cuenta de que hemos vivido.
Ángel: ¿Debo entender que ya soy niña grande?, ja ja ja. También me da mucho gusto volver a ver tus noctambularios. Saludines.