que nadie subestime el poder del amoniaco

Ayer y hoy, en mis ratos libres, he sido personal de intendencia o, lo que es lo mismo, ayudé a mi mamá a limpiar la casa de la que ya conté hace unos días, y aún no terminamos. Los inquilinos más recientes la dejaron en deplorable estado, empiezo a creer que nunca — en el año que vivieron en mi casa — hicieron la limpieza, hay mugre en las paredes, ventanas y en el piso, dibujos y garabatos varios hechos con crayones casi hasta en el techo, una capa de varios centímetros de ancho de cochambre, una capa de suciedad de los pajarracos que tenían por mascotas, chicles pegados en paredes y pisos, desperfectos en el baño y la cocina, millones de telarañas cual decoración de Halloween y, por si algo faltara, un séquito de inquilinos que yo no sabía que habitaban ahí, léase cucarachas, arañas y ratoncillos muertos.

Como sea, ayer le dimos mate a las telarañas, al nido de ratones y a las viviendas de las cucarachas; limpiamos puertas y ventanas — me quedaron empañadonas, pero peor estaban —; y se arreglaron varios desperfectos. Hoy lavamos paredes, pisos y el baño; además, descubrí que los bichos han sucumbido ante el poder del amoniaco. Mañana resanarán y empezarán a pintar. Pronto quedará como alguna vez estuvo, antes de ser invadida por la tribu de veracruzanos que tanto daño le hicieron.