lunes, diciembre 26, 2005

antología de una antología

De la fábula del tiempo,
antología poética de José Emilio Pacheco,
selección de Jorge Fernández Granados


Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques, desiertos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
– y tres o cuatro ríos.


Mundo escondido

Es el lugar de las computadoras
y de las ciencias infalibles.
Ante mis ojos te evaporas
– y creo en las cosas invisibles.


No me preguntes cómo pasa el tiempo

En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas;
me alejo sin cesar.
No me preguntes cómo pasa el tiempo.
Li Kiu Ling, traducido por Marcela de Juan

Al lugar que fue nuestro llega el invierno
y cruzan por el aire las bandadas que emigran.
Después renacerá la primavera,
revivirán las flores que sembraste.
Pero en cambio nosotros
ya nunca más veremos
la casa entre la niebla.


“Those were the days”

Como una canción que cada vez se escucha
menos y en menos estaciones y lugares;
como un modelo apenas atrasado que tan sólo
se encuentra en cementerios de automóviles,
nuestros mejores días han pasado de moda.
Y ahora son
escarnio del bazar,
comidilla del polvo en cualquier sótano.


“Ô toi que j’eusse aimée…”

Y ahora una digresión: consideramos
esa variante del amor que nunca
puede llamarse amor.
Son aislados instantes sin futuro.
En la ciudad donde estaré tres días
nos encontramos.
Hablamos cien palabras.
Pero un brillo en los ojos, un silencio
o el roce de las manos que se despiden
prende la luz de la imaginación.

Sin motivo ni causa uno supone
que llegó pronto o tarde y se lamenta
(“No habernos conocido…”).

Y sin quererlo ni saberlo entraste
en un célibe harén de sombra y humo.

Intocable,
incorruptible al yugo del amor,
viva en lo que llamó De Rougemont
la posesión por pérdida.


Irás y no volverás

Sitio de aquellos cuentos infantiles,
eres la tierra entera.
A todas partes
vamos a no volver.
Estamos por vez última
en dondequiera.


Tradición

Aquí yacen tus pasos,
en el anonimato de las huellas.


Antiguos compañeros se reúnen

Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.


Desde entonces

Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda)
en que estuvimos juntos meses enteros,
desde el amanecer hasta la medianoche.
Hablamos todo lo que había que hablar.
Hicimos todo lo que había que hacer.
Nos llenamos de plenitudes y fracasos.
En poco tiempo
incineramos los contados días.
Se hizo imposible
sobrevivir a lo que unidos fuimos.
Y desde entonces la eternidad
me dio un gastado vocabulario muy breve:
“ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”.
Y nunca más, nunca más, nunca, nunca.


Cuento de hadas

Pobres y planas las invenciones novelísticas ante aquellas noches en que la abuela te adormecía narrándote cuentos. Transformaban en calidoscopio el agrio túnel de este mundo y la pena de ser niño en morada de todos los prodigios. Madeja de historias falsas para proteger de la vida al indefenso, ponerlo precariamente a salvo de cuanto se le espera a cada uno.
O fue al revés: modo sabio, sutil, tribal y ya perdido de prepararlo – mediante poesía sin conciencia de serlo – al paso por la selva carnívora, el viaje en el barco de los locos y la lucha con monstruos y dragones. Pero también de alistarlo para el milagro: las sirenas que brotan de las aguas profundas, las hadas, las princesas, las doncellas de túnica raída pero aún más hermosas que su reina.


Seis años

Seis años. Unas cuantas palabras. No hacen falta más para explorar este inmenso milímetro de mundo. Playa de oro, viñas de la arena, troncos de la tormenta porosos como un corcho. Mundo sin mí que ahora está conmigo y ofrece al recién llegado el mar que es lo mejor de su casa. Nadie me retiene. Entro en el agua, me sostengo a flote y avanzo. Poder de vida o muerte. Sabor salobre de la dicha. Como un llamado, las grandes olas distantes. Escojo el mundo y nado de regreso. Jamás la tierra volverá a ser tan mía.


7

Pero el que nace y muere solo,
vivirá acompañado.
Madre, padre, inventores
del frágil desconocido en cuya página en blanco
la estirpe deja rasgos y rastros. Pero quién sabe
qué hará él con la vida, qué hará la historia,
qué hará consigo mismo.

Mamá y papá, como en un juego,
arrojaron la piedra cuestabajo, pusieron
la hoja al viento, llevada
por los que están aquí, por los que nacen
y nacerán mañana.


Cristo con la Cruz, por El Bosco

Con los ojos
cerrados y serenos,
la barba de tres días
y sobre todo
la corona de espinas,
Cristo soporta el peso
de su martirio.
Y dice a las mujeres que lloran:
Llorad por vosotras mismas
y vuestros hijos.

No hay más sangre
que una herida en el cuello,
fruto del roce
con la cruz pesadísima
que un soldado encaja
en los hombros del Galileo.
Van al Lugar de la Calavera.
En hebreo se llama Gólgota.

Cristo es el centro del cuadro,
quizá no su motivo más importante.
Porque tal vez El Bosco no se propuso
(¿cómo saber sus intenciones?)
pintar otro retable de la Pasión
sino darnos la imagen
del Mal según aflora en el rostro humano.

El tema del rostro
es el eje de este siniestro cuadro hermosísimo.
Verónica retira el paño corriente
en que sudor y sangre imprimieron
para siempre el Divino Rostro.

Pero devora la obra
la multitud de caras terribles.
Barrabás forma la O de un aullido.
Un vómito de furia se derrama
por la boca de un monstruo ya desdentado.
La ira calcina a otro bufón malévolo
y sus labios dibujan estas palabras:
“Si eres el Rey
de los Judíos, ¿será posible
que no te salves a ti mismo?
¿A quién pretendes salvar
si no te libras del tormento y la injuria?”

De improviso rompe las épocas
la presencia de un dominico.
Aliado
a un dignatario adusto,
cara de pato,
amonesta al Ladrón ya muerto.
(Nadie como Hyeronimus van Aeken llamado Bosch
logró pintar ese color plomizo
que a cierta altura de la corrupción
se apodera de los cadáveres
.)

Y a la orilla del cuadro los que dan voces:
Crucifícalo, crucifícalo.
(No son los habitantes de Judea.
El Bosco retrata
las danzas medievales de la Muerte
y los demonios más que humanos de Flandes
.)
El goce brutal
de quienes piden más y más sangre.
El canalla estremecido de dicha
ante el presente y el futuro martirio.

Y los dos que se asombran.
Nunca sabremos
de qué se asombran.
Pero sabemos en cambio
que sin saber de nosotros
el implacable Bosco nos pintó en este cuadro.

Sólo tenemos que reconocernos.


2

Red de agujeros nuestra herencia a ustedes
los pasajeros del veintiuno. El barco
se hunde en la asfixia,
ya no hay bosques, brilla
el desierto en el mar de la codicia.

Llenamos de basura el mundo entero,
envenenamos todo el aire, hicimos
triunfar en el planeta la miseria.

Sobre todo matamos.
Nuestro siglo fue
el siglo de la muerte.
Cuánta muerte,
cuántos muertos en todos los países.
Cuánta sangre
la derramada en esta tierra.
Y todos
dijeron que mataban por el mañana:
el porvenir de azogue, la esperanza
que fluyó como arena entre los dedos.

Bajo el nombre
del Bien
el Mal se impuso.

Sin duda hubo otras cosas.
Para ustedes
queda el reconocerlas.

Por lo pronto
se acabó el siglo veinte.
Nos encierra
como el ámbar prehistórico a la mosca,
dice Milosz.
Pidamos con Neruda
piedad para este siglo
y sus sobrevivientes
.

Porque al fin y al cabo
creó este presente el porvenir que choca
contra el pasado.

Fue un instante el siglo,
un segundo su fin.

Nos despedimos
para dormir en la prisión del ámbar.


Memoria

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.

Nota de Dorix:
Otra vez atinaste, me encantó.

2 comentarios:

Yzakramirez dijo...

Es raro encontrar gente a la que le guste mi blog... pero lo que es invaluable, es el hecho de encontrar un amigo a distancia, unido por un medio en común: Expresarse.

Saludos! y un abrazo desde Tabasco



Yzak

Luis Boiler dijo...

Pacheco... ¿en verdad podrá decirse algo? Elijo callar y sonreir. Un abrazo.