domingo, diciembre 02, 2007

cómo llegar a la boda de unos amigos y no morir en el intento

En 24 horas estuve en tres ciudades y pasé por no sé cuántas más.
Perdí la cuenta de las películas que vi de ida y de regreso en un viaje triangulado, hecho en camión (entre que andaba yo muy pobre para viajar en avión y que era prácticamente imposible conseguir vuelos en esas fechas...), leí poquito, dormí mucho, pensé mucho y acabé con un extraño dolorcillo en los dedos de las manos, tras contestar casi 100 mensajes y al menos 10 llamadas.
Me chuté un viaje de siete horas de la perla tapatía a la ciudad del caos humeante.
El aire acondicionado me fregó la cara, más de lo que ya la habían fregado las hormonas, el estado de neura total y los cambios climáticos.
Llegando, en medio del despliegue de tlapalería en un baño público fellón de la terminal del norte, se me rompió una uña y ella, a su vez, rompió una media... y no había medias de repuesto... y el pronóstico de temperaturas muy bajas hacía no conveniente la opción de circular sin medias... y no había tiempo de salir a comprar otras... así que fue implementado el operativo esmalte de uñas que, con incomodidad y todo, solucionó el problema.
Primera vez en la vida que voy sola a esa ciudad del caos humeante.
Primera vez que circulo en metro (y con falda y tacones, ¡aplausos!).
Primera vez que camino y camino y camino solita en la oscuridad, intentando hacer coincidir un mapa con un recorrido por calles que ya había visto, pero que pasaban por mi mente como pedazos desarticulados de un mapa.
Pfff, y las plantillas de gel de mis zapatos se hicieron chicle bomba a media caminata y, lejos de dar comodidad, me destrozaron los pies.
En algún momento, entendí que caminaba en círculos... hora de preguntar.
Llegué, siguiendo el mapa y las instrucciones de amables capitalinos, a un templo enorme que coincidía con todo, pero... no era la capilla donde sería la boda... hora de tomar un taxi.
El taxista no daba una, así que lo abandoné. Recibí instrucciones por teléfono (los ángeles de la guarda siempre aparecen en el momento indicado). Tomé otro taxi con un taxista que sí atinó. Vi pasar al papá de la novia y entendí que ahí era. ¡Sorpresa! La capilla era exactamente atrás del templo enorme al que llegué minutos antes.
¡Peor sorpresa! Estado de llegada: maquillaje corrido, peinado descompuesto, sudor, pies destrozados. Y lo que faltaba, una llovizna inesperada (al menos para mí)... y amo la lluvia, pero no así, buaaaaaa.
(Aquí empieza la parte linda).
Llegaron los novios, con caras radiantes y rete harto amortz, tanto que hasta les salía por los poros.
Empezó la ceremonia, sencilla, hermosa, emotiva, con la homilía más bonita que he escuchado, vaya, Corintios es la onda para las bodas, pero unas homilías salen más lindas que otras (entendiendo por lindo no lo meramente sentimentaloide, sino lo profundo). Y esa referencia al regreso de Maritza y Armando a esa capilla, por ahí del 2057, con hijos y nietos, a celebrar sus bodas de oro y confirmar el amor que se tienen fue... guau, sigo impactada.
Luego, las promesas, el intercambio de anillos y arras, el peso del lazo, las miradas cómplices y las sonrisas nerviosas, la paz, la comunión, la bendición, la salida como esposos, el ataque a los novios con pétalos de rosas, los abrazos... todo hizo que el día valiera la pena.
De intermedio, para mí, un encuentro no del todo planeado, pero hermoso, espontáneo.
Y después, una fiesta genial, unos novios felices, con amigos y parientes encantados de compartir con ellos (ustedes) el momento, canapés que cayeron de perlas al final de un día sin comer, vino tinto delicioso que no acabé de tomar por temor a que el escaso contenido de alcohol hiciera estragos en mi cuerpecillo debilucho, música que no bailé porque me dolían los pies y moría del cansancio acumulado (aquí es claro que se apareció una Dorix quejumbrosa).
Más tarde, la fuga, cual Cenicienta, para llegar antes de la medianoche a abordar una calabaza gris con azul que me llevó de regreso a la que alguna vez fue la tierra de la gente buena.

1 comentario:

La Blu dijo...

mi niña hermosa, gracias por estar ahí con nosotros. Verte en la entrada, ahi... no sabes, me dio paz, eres mi pedazo de hogar.