lunes, noviembre 28, 2011

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Siempre digo que me gusta el frío, que disfruto los tiempos de abrigos y botas, que los gorritos son lo mío y se ven muy divertidos con mis lentes de intelectualoide, que el chocolate es maravilloso para quitar el frío y los abrazos más. Suelo decir que cuando hace frío, te cubres bien y te olvidas de él y que en el feo calor es imposible olvidarse del clima, así se encuere uno.

Retiro lo dicho o, más bien, lo replanteo. Me gusta el frío moderado, ése de cuando uno puede seguir haciendo sus vida, perfectamente enfundado en abrigos de colores y mallas térmicas. No me gusta este frío que me hace despertar temblando, caminar temblando y permanecer temblando en un cubículo con vocación de congelador.

Como sea, discutir sobre el frío y el calor pasa a segundo plano cuando se descubren presencias aun en las ausencias, cuando se reciben noticias de tierras lejanas y queda claro que cada palabra que una ha dicho quedó grabada en cierta memoria.

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