viernes, noviembre 11, 2011

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Una rutina compartida, unos tenis iguales, unos ojos tristes, una despedida, una promesa, el descubrimiento de que a la estación Tesoro del Tren Ligero de Guadalajara le han cambiado su nombre por Santuario de los Mártires, una jornada matutina de ñoñez (¿o la continuación de una eterna jornada de ñoñez?), una dosis de terrorismo académico, un torrente de tuits sobre el 111111, seguido de un tuit y otros muchos tuits de noticias mientras la clase transcurre: el Secretario de Gobernación y otros funcionarios mexicanos han muerto en un helicóptero estrellado, más caos, una buena exposición y una felicitación de una vaca sagrada, la graciosa huída, una espera (con desesperación incluida) de más de una hora afuera de un restaurante muy lindo, la comprobación de que esas carnes y empanadas argentinas son deliciosísimas y hacen que valga la pena cualquier espera, unas cuantas horas de felicidad con los compañeros doctorantes, otras tantas con una gran amiga, otro episodio de extravío en las calles de Guadalajara (al menos ya sabemos en qué calle no se debe dar vuelta), dos celulares descargados, una siesta durante el viaje de regreso a casa, una presencia inesperada al otro lado de un cristal, continuidad en la divagación. Nada de esto tiene precio, para pagar todas las cuentas implícitas existe MasterCard.

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