miércoles, noviembre 02, 2011

49

Llorar la muerte de mi papá es normal. Con él viví 22 años de mi vida y, aunque asumo que ya no está, extraño hablar con él y ver sus ojos, extraño su tranquilidad y sus usos y costumbres para eso que llaman viajar, extraño que estaba donde no ha estado por casi ocho años y extraño el tiempo en que el 2 de noviembre no era un día triste, sino uno de celebrar su cumpleaños.

Llorar la muerte de mi hermanito puede parecer normal, pero es extraño. Con él viví como dos meses de mi vida, pero yo tenía dos años y medio. No tengo un solo recuerdo de él, salvo lo que me cuentan: que era pálido, de cabello oscuro, ojos grandes y barba partida, como yo; que siempre estaba atento a los movimientos de la gente; que era muy tranquilito. No puedo extrañar a alguien cuya existencia ni siquiera recuerdo, pero hoy lloré como estúpida frente a su tumba. Dicen que es esa onda abstracta que nombran "el llamado de la sangre". Yo no sé. Sólo sé que las lágrimas saben a sal.

No hay comentarios.: