sábado, octubre 29, 2011

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A veces pienso que tengo el corazón de piedra (no sé si como Lucía Méndez en los 80), porque digo "adiós" con gran facilidad. Otras no tanto. Hoy fue extraño. Desmantelar la oficina que montamos hace años con tanto gusto causa, por lo menos, sentimientos encontrados. La misión era simple: ir y recoger las cosas, porque alguien tomó la decisión de que no siguiéramos ahí. Al final, no fue tan simple, no nos habíamos dado cuenta de las muchas cosas que se acumularon y no teníamos previsto que sacar todo nos implicara un esfuerzo físico considerable (bajar cajas pesadas por escaleras estrechas nunca ha sido fácil). Quizás el mentado esfuerzo físico es nada frente a lo complicado de asumir que, a veces, las cosas no funcionan, que la hemos regado y muy feo y que mucho se ha roto en estos tiempos. Tal vez no lloré de la frustración, porque fue como la crónica de una muerte anunciada o tal vez porque, en el fondo, algo me dice que algún día podremos recuperar lo que hoy perdimos, lo que llevábamos meses perdiendo sin hacer mucho por evitarlo. A veces pienso que tengo el corazón de piedra.


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