sábado, octubre 01, 2011

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Bien decía la publicidad de El Palacio de Hierro que ningún psicoanalista entendería jamás el poder curativo de un vestido nuevo. Fui a curarme la depresión, comprando un regalo de bodas y uno de cumpleaños. Salí con más regalos y con chunches nuevos para mí. Aparecí en la boda del siglo, con el collarín ortopédico oculto tras el glamour de una mascada de bolitas y trepada en altos tacones. Fui feliz. Fui triste. Me sacó una sonrisa saber a alguien presente, aunque fuera tras una pantalla. Derramé un par de lágrimas cuando vi quién más se preocupó por mí. Quizá, como la canción de Ketzal, "tengo mucho que llorar".

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