viernes, junio 03, 2011

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Atravesé una ciudad cuatro veces en 15 horas. El cansancio se apoderó de mí, pero a cambio tuve la felicidad de sentirme de regreso a casa, conocer a mis nuevos compañeros y reencontrar a los viejos amigos.

La Estación de Lulio fue testigo de un reencuentro y del justo y necesario chisme: "no hay punto de comparación", todo el encanto de un tipo guapo se puede ir al caño cuando tiene voz de pito calabacero, hay diferencias radicales entre el "Red Bull hormonal" y el "Ritalín hormonal" y la hermana república de Tabachines era (hasta entonces) territorio desconocido.

El camino de Federalismo y Juárez al Amor Apache es divertido cuando incluye otro reencuentro y más chisme. Al final, resulta que no importa el aceite de más en la ensalada oriental y el extraño parecido entre la salsa bechamel y el aderezo. Lo que importa es regresar una y otra vez (desde dos puntos distantes) a la siempre maravillosa Guadalajara; recordar que "hay niveles" y discutir sobre los grados de amargadez y sobre las inconveniencias de asaltar cunas o asilos de ancianos. Quizá, lo más divertido fue ver sin ser vistos y descubrir misterios de las relaciones humanas, de camino a la mítica guarida en Pedro Moreno.

Lo malo es que los viajes tienen fin y que, a las 12, cual Cenicienta, esperaba la calabaza gris con azul que me llevaría de regreso a casa... sin haber perdido las zapatillas. Por cierto, ¿quién es capaz de aparecer en una reunión, en tenis verde limón y uñas azul eléctrico, mientras alguien justo en frente va de traje? Sí, yo.

En resumen: 21 horas; dos recorridos en autobús, cinco en taxi y dos en tren ligero; ene kilómetros; momentos de prisa y otros de calma y felicidad; un susto enorme (oh, sí, hombre tatuado y armado, caminaba como si nada en una calle de Zapopan, a plena luz del día); harto cansancio y, como siempre, muchas ganas de volver.

Amo regresar a Guadalajara una y otra vez.

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