miércoles, julio 27, 2011

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La vida cabe en un bolso. O eso parece. Por salir de prisa, olvidé las llaves dentro de mi mochila dentro del cubículo. La consecuencia inmediata y predecible: no pude entrar a mi regreso, no había persona alguna que pudiera ayudarme y no se me ocurrió usar la vieja técnica de la tarjeta... momento, aunque se me hubiera ocurrido, mis tarjetas estaban dentro de la cartera dentro de la mochila dentro del cubículo. En fin, tenía mi celular y 20 pesos en el pantalón, decidí no apanicarme e ir a casa. ¡Gran idea! No tenía llaves para entrar a mi propia casa. Obvio, tampoco tenía mi cartera y mi bolsa verde para ir a comprar el mandado, ni el formatito para ir al hospital por mi innecesaria (creo) radiografía, ni siquiera el esmalte azul eléctrico para arreglarme las uñas. Bendito sea el celular, benditos él y la señal de internet que aligeraron la espera, en la banqueta, mientras llegaba mamá a rescatarme. Mañana mi mochila, con parte de mi vida, regresará a mí. A la mochila simbólica de mi vida irá este episodio, también otro, donde hoy fui llamada egoísta (quizá lo soy, pero en el contexto no había derecho) y uno más, donde, tras quedarme dormida otra vez leyendo a Murakami, ocurrió el milagro: las historias de Aomame y Tengo en 1Q84 me han atrapado. Ahora tengo unas ganas locas de seguir leyendo hasta terminar, pero no tengo las horas suficientes para hacerlo. ¡Aplausos!

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