viernes, agosto 05, 2011

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Puedo ser una mujer de hielo, casi sin corazón, pero cuando leí este post, algo dentro de mí se hizo pedazos y empecé a llorar cual Magdalena. Una y mil veces he dicho que la familia no se elige y los amigos sí; pero también mil veces me ha dolido no reconocerme en las caras de los que llevan la misma sangre que yo y saber que, cuando pienso en la mayoría de ellos, no siento que soy parte de algo... quizá somos simplemente una serie de islas que se apellidan igual, que tienen la barba partida o los ojos grandes o la nariz tantito larga; somos los que nos encontramos en los funerales, porque los que se van son quienes alguna vez nos unieron; en algunos casos muy concretos, somos los que jamás volveremos a vernos, porque no nos interesa y punto. Es complicado. Como sea, no se trata de provocar una inundación lacrimosa aquí (cosa complicada en un segundo piso); si dejo de pensar en lo que no tengo, para reconocer lo que sí tengo (damn it, ¿el espíritu de Paulo Coelho se ha apoderado de mí?), he de decir que mi familia pequeñita ha sido maravillosa. Esta mañana una desconocida y yo terminamos hablando de nuestras familias y ella quedó tan fascinada como yo con la historia de mis papás. Si el precio de esa historia loca e inexplicable que supera a la ficción es el alejamiento de los otros, ha valido la pena.

2 comentarios:

Angie dijo...

doris:

bueno lo que no nos mata nos fortalece, y a veces pienso que si por algo sucede es mejor que suceda así y vivan en una ficción.

tal vez tu historia es mas realista de lo que crees y puede ser que en verdad si hay un final feliz

Dorix dijo...

:)